
Suele repetirse comúnmente aquel dicho de antaño que reza así: “El que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Esta frase, por sobrevalorada que pueda parecer en ocasiones, oculta una verdad muy importante para nuestros tiempos. Esta verdad es uno de los principios bíblicos y salomónicos por excelencia:
¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido.
Eclesiastés 1:9-10
La Reforma protestante y los fundamentos de la fe
El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero clavó en Wittenberg sus 95 tesis, evento que, según la mayoría de los historiadores, dio origen a la Reforma protestante. Este evento fue de fundamental importancia para los cristianos de todo el mundo y de todos los tiempos, puesto que la Reforma se propuso como un intento de purificar y desechar aquellos elementos de la Iglesia católico-romana que estaban presentes en la tradición y que contradecían a las Escrituras. De igual forma, en concordancia con la cultura renacentista, se buscó volver al origen del cristianismo antiguo desde las fuentes (la Biblia).
Fue durante la Reforma protestante que los grandes temas de la gracia y la salvación se fraguaron entre los reformadores. Son los tiempos de Lutero, Zuinglio, Calvino, Cranmer, etc. Las cinco solas fueron afirmadas por varios de los reformadores. En este contexto, se afirmó la doctrina de la justificación (imputada) y salvación última por la gracia (sola gratia) en Cristo (solus Christus) a través de la fe (sola fide); se reafirmó a la Biblia como la única fuente de conocimiento divino genuinamente autoritativo de suyo (sola Scriptura). Y, finalmente, se afirmó la soberanía del Dios trino sobre la salvación para su gloria (Soli Deo Gloria). Estos fueron algunos de los temas que catapultaron el estudio más profundo sobre las Escrituras. ¿Acaso no es eso lo que estamos buscando? ¿No queremos que entender más a Dios y a su Palabra?
La importancia de la historia y la tradición de la Iglesia de Cristo
Si queremos comprender la totalidad del mensaje de Cristo, hacemos un disfavor a nuestra cultura y la Iglesia cuando negamos nuestras raíces históricas. Más bien, es válido negar principios establecidos en el pasado por otros hermanos (si éstos están en contra de las Escrituras), pero sólo podemos afirmar que éstos se han equivocado si conocemos lo que han dicho. El decir que no necesitamos estudiar a aquellos hermanos que nos precedieron es negar la unidad y universalidad del cuerpo de Cristo a lo largo de la historia (Cf. Efesios 4). Sería un error creer que hermanos del pasado tan devotos y fervientes en su fe como nosotros (o más) ya no tienen nada que enseñarnos. El que no conoce los errores del pasado, puede repetirse fácilmente.
Recuerdo en una ocasión que escuchaba al Dr. R.C. Sproul hablar sobre la tradición de la Iglesia. Él decía que, aunque lo único autoritario, en sentido estricto, es la Biblia, es sumamente vital estudiar la tradición de la Iglesia en su totalidad. Si uno, después de haber estudiado las Escrituras, dice algo que no se ha dicho en más de 2000 años de Iglesia, ¿que es más probable: que la persona que dijo esta novedad está en lo correcto y que todos los cristianos que lo precedieron estén mal o que el que dijo esta novedad está mal? Si una persona dice algo que ha sido considerado como herejía por casi 2000 años por la mayoría de los cristianos, ¿qué es más probable: que el que lo dijo esté mal o que la comunidad de creyentes que lo precedieron (Iglesia) estén mal? De nuevo, es necesario recordar que la autoridad, en última instancia, se encuentra en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, también hay que recordar que el Espíritu Santo ha estado guiando su Iglesia a lo largo de la historia.
Conclusión
Como tiende a ser el caso, la conclusión es estudiar e invertir mucho para glorificar al Dios trino con nuestro estudio (Rom. 12:1-2) y extender su reino (Mt. 6:10). En primer lugar, hay que estudiar la Biblia con todas nuestras fuerzas y todos los recursos y herramientas a nuestra disposición (Cf. Jn. 5:39-47). Esto incluye comentarios, diccionarios, recursos exegéticos, el Software Bíblico Logos, manuales, etc. En segundo lugar, hay que estudiar con aquellos que han estudiado las Escrituras más que nosotros (tanto en el presente como en el pasado), puesto que, aunque el estudio de la Biblia debe ser individual, Dios definitivamente también instituyó maestros para la edificación de su Iglesia universal a lo largo de la historia (Cf. 1 Cor. 12:28; Ef. 4:11-12). Finalmente, creo firmemente que, a aquellos a los que Dios nos ha llamado a enseñar a su Iglesia, Dios nos ha llamado también a invertir tanto tiempo como recursos económicos para el estudio de su mensaje, aunque a veces implique hacer ciertos sacrificios (Mt. 13:44).
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