El reto dominical es poder entregar fielmente el mensaje de Dios a su iglesia. Si bien hay algo que -a consideración de la feligresía – puede evaluar la calidad de un culto es la exposición del mensaje, pues los hermanos pueden pasar por alto la desafinación de las coristas o el pobre desempeño empático de los ujieres, pero no una accidentada exposición bíblica.
¿Qué problemas enfrentamos en nuestro púlpito? Como pastores y ministros bi-vocacionales en reiteradas ocasiones carecemos de tiempo suficiente de preparación, de hecho; no hay un límite de tiempo para profundizar en el pasaje a predicar, pues mientras más tiempo estemos haciendo nuestra labor exegética se verá reflejada en su contraparte homilética.
Sumado a la insuficiencia de tiempo, nos enfrentamos a la audiencia. Esa audiencia que nos ha visto madurar espiritual y ministerialmente, que cada domingo nos escucha y que ha observado con detenimiento nuestros logros y desaciertos. Aunado a esto, la exposición toca un tema escabroso para el cuál no te sientes plenamente capacitado para exponer.
Pareciera que hemos pintado el cuadro más funesto posible para un predicador, pero es la realidad dominical en cientos de congregaciones.
Uno de mis predicadores favoritos de la iglesia primitiva es Pedro. Pedro, un apóstol con una personalidad arrojada, explosiva, con la dura perspectiva de vida de un pescador, que fue iluminado por Dios para reconocer que Jesús era el Cristo, el hijo del Dios viviente; quién no solo reconvino al Maestro para no ir a Jerusalén, sino que torpemente intentó defenderle cortándole la oreja a Malco para después negar tres veces a Jesús en aquella densa noche.
Después de la ascensión de Cristo y la re-organización de los apóstoles. ¿Pedro era el indicado para exponer un mensaje? Polarizando y poniéndonos las sandalias de aquél entonces ¿hubieras invitado a predicar a Pedro a tu sinagoga? Sin duda alguna, para nuestros parámetros, Pedro no representaba el ideal de una figura de autoridad en el púlpito.
Cuando nos dirigimos al pasaje de Hechos 2:12-43 podemos observar cómo Dios usó a Pedro para dar su primer discurso. Este discurso que para nosotros es tan cotidiano en el sentido del arrepentimiento, la obra salvadora de Cristo en la cruz, la esperanza de los santos a través de su resurrección, la deidad de Jesucristo, el cumplimiento de las profecías descritas hacia el Mesías prometido y su pueblo; en ese entonces era un tema tan escabroso que ha muchos llevó al martirio.
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Aun así, Dios usó poderosamente a Pedro para que ese mismo día se añadieran tres mil personas a su iglesia. Si en la actualidad, ser escuchados es motivo de satisfacción ministerial y si alguno es salvo a través del mensaje expuesto es de gran ganancia ministerial y motivo de fiesta en el cielo (Lc. 15:7); ¿Puedes imaginar que en tu primer discurso tres mil personas hubieran confesado a Jesús como su Señor y salvador? Esta es una de las razones por la cual Pedro es uno de mis predicadores favoritos neotestamentarios.
Pedro no confió en sus habilidades retóricas, expositivas y estudios avanzados uno a uno con el Maestro para su primer mensaje, tampoco abusó de la dependencia del Espíritu Santo en la perspectiva “voy a hablar lo que el Espíritu Santo me diga”, sino que, podemos observar que desde la resurrección del señor Jesús hasta el Día de Pentecostés, la figura de Pedro había sido transformada por el Espíritu Santo, el cuál le dio la autoridad para exponer la Palabra de Dios, no sus ideas o conclusiones de lo recién ocurrido sino un poderoso mensaje de salvación.
A decir verdad ¿quién de nosotros puede presentarse o pretender ser una figura de autoridad en el púlpito? Cualquier pez se considera el más grande desde la perspectiva de su pecera. En algunas facetas de nuestro ministerio podemos cometer el error de sentirnos suficientes para el desempeño de la encomienda que Dios nos ha dado. Podemos llegar a confiar en nuestros estudios académicos, confiar en la trayectoria del ministerio, incluso, podemos confiar y depender tanto de la organización en la que servimos que puede alterar la forma que vemos la realidad de nuestro entorno.
Cuando hablamos de una figura de autoridad, fácilmente puede opacarse y tergiversarse en autoritarismo y de este modo convertir el púlpito en un tribunal o peor aún, en un trono para nuestro ego.
Podemos seguir aprendiendo de Pedro. Pedro sabía que para la iglesia representaba una figura de autoridad, entendiéndose más allá del ejercicio de mando con responsabilidad, sino en la competencia para el desempeño de su facultad (1 P. 5:1-3). Pedro, a tantos años de ministerio y de haber estado con el Señor no confiaba en sí mismo, sino que también se apoyaba de otros ministerios como el de Pablo para instruir a la iglesia (2 P. 3:15-17), entendiendo que Dios usa a todos de diferente forma (2 P. 3:15 b) y esto nos ayuda a comprender como se complementa y se vive el Cuerpo de Cristo como iglesia.
Hoy más que nunca, cuando la iglesia atraviesa momentos difíciles, es necesario que cada uno de nosotros podamos ser una figura de autoridad en nuestro púlpito por medio del poder del Espíritu Santo y la Palabra, un referente espiritual para nuestros hermanos y un modelo de integridad para los no creyentes. Gracias a Dios ahora podemos contar con herramientas que nos ayudan a potenciar nuestro estudio bíblico, apoyarnos en otros ministerios tal como lo hizo Pedro a través de comentarios bíblicos, libros, sermones y archivos de sermones, pero sobre todo depositando nuestra confianza en la plenitud de Aquél que todo lo puede, en Jesucristo quién es más que suficiente, el príncipe de los pastores que nos dará a cada uno de sus ministros fieles la corona incorruptible de gloria.
Dato Logos:
El Archivo de Sermones de John MacArthur contiene 900 sermones organizados por serie, referencia bíblica, tema o título. La fusión lograda entre el contenido de las predicaciones y la tecnología de búsqueda del sistema Logos, permite ubicar hasta la última jota y tilde de cualquier tema o versículo aludido.
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