Por: Esteban Díaz
¿Cuántos de nosotros, creyentes, podríamos decir que jamás hemos escuchado una objeción a nuestra fe? Ninguno. Estamos constantemente en conflicto con la falsedad. Quizás no estamos conscientes, o ni siquiera nos damos cuenta, pero la vida en este mundo caído es una incesante objeción al Evangelio. Podemos evitarla haciendo oídos sordos. Si sabemos cuál es la verdad, ¿para qué darle vueltas al asunto?
Satanás utiliza a los necios para provocarnos. Si es solo por gracia que podemos escuchar la verdad y entenderla, ¿qué argumento, por más sólido que sea, puede convencer al sordo? Es más sencillo ignorar para no entrar en conflicto, o para ahorrarnos un disgusto. A fin de cuentas, a quienes hemos sido sellados con el Espíritu Santo nada puede separarnos de Cristo. Es verdad, la mentira no tiene poder real ante la victoria de Jesús. Pero aunque Él vino a traernos paz, no estableció la pasividad ante la mentira.
O quizás sea el caso de que aun si tenemos la fe, nuestro conocimiento de la Palabra no es tan profundo, o no nos sentimos capaces de argumentar la verdad que nos fue dada. A fin de cuentas, no creemos por la solidez de un razonamiento, sino por la gracia de Dios. Pero desde esa perspectiva, uno podría pensar que el Evangelio sólo está contenido en los cuatro libros de la Biblia que conocemos como “evangelios”. De hecho, los fundamentos de nuestra fe ya se anuncian desde el Antiguo Testamento.
Segmentar la Palabra de Dios de ese modo, aunque no necesariamente debilita nuestra fe, tampoco la fortalece, y mucho menos nos edifica. Vivir la fe de ese modo es desaprovecharla, y debemos recordar que la fe es solo el primer paso en el camino ascendente de la santificación. Conocer a fondo la Palabra de Dios, y especialmente el Evangelio, es una responsabilidad de todo aquel que ha recibido el don para entender. Estudiamos los cuatro evangelios primero para crecer en Jesús; poder defenderlos es solo un beneficio adicional.
El curso de Ed. Móvil: AP113 Objeciones a los Evangelios puede considerarse una clase de filología o arqueología, y nos servirá para complementar con hechos tangibles y concretos nuestra fe en lo que no se ve. Como bien dijimos, aunque no es el razonamiento ni las evidencias lo que convence de la verdad, sí tienen una utilidad ante quienes por un prejuicio dudan de la fiabilidad de la Biblia.
Argumentar con hechos comprensibles para una mente humana nos permitirá desmentir esa primera impresión incorrecta con que a veces el creyente es tachado de iluso. Vivimos en un mundo cegado por la supuesta infalibilidad de la lógica. Pero aun el razonamiento, por más exhaustivo que sea, puede llegar a defender la mentira más mortífera si no parte de la verdad. Y como mayordomos de la verdad, el curso Objeciones a los Evangelios nos equipa para cumplir con esa responsabilidad.
Entre las herramientas que este curso ofrece, encontramos una perspectiva que parte de la arqueología para evocar el tiempo histórico de la Biblia. A partir de vestigios tangibles, Michael Licona revive el entorno donde se redactaron los evangelios. Evidencias y paralelos que sí cuentan con una aprobación en el mundo secular permitirán ubicar y proyectar dentro de un tiempo específico y un espacio familiar el carácter y el estilo literario de los autores de los evangelios. Ante paralelos tan cercanos, abundantes y comparables, la datación de estos libros del Nuevo Testamento es irrefutable.
Descubriremos que la credibilidad de recursos como la transmisión oral cuentan con toda una tradición que los respalda, y que no pierden su validez cuando se emplean en los evangelios. También aprenderemos sobre los testigos oculares y la amplia frecuencia con que eran utilizados como fuentes confiables, no solo en los evangelios, sino en toda la literatura histórica que hasta hoy en día conserva su autoridad. Comunicados por medio de recursos tan verificables, los registros de los milagros en los evangelios no sonincongruencias en el texto, sino hechos relatados mediante la más exhaustiva y reconocida técnica disponible en su tiempo.
Es cierto. Solo en el Evangelio hay poder para romper las cadenas. No es la racionalidad de un argumento lo que revela la verdad. Pero aun si nosotros somos libres, la mentira no cesa. No pretendemos defender la verdad para hacerla más sólida o para creer más en ella: la defendemos por aquellos que aún no han tenido la oportunidad de recibirla.
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