La primera iglesia en la que me congregue al convertirme a Cristo, tenía un corte teológico que enfatizaba las emociones por encima de la doctrina, lo cual, en su momento, me parecía sumamente atractivo ya que me ayudó a descargar la pesadez emocional que venía arrastrando de mi vida sin Cristo.
Unos meses después, la iglesia cerró, lo cual me obligó a cambiar de iglesia; y por invitación de amigos míos que se habían enterado de mi conversión, me llevaron a una iglesia con un rigor doctrinal mucho más exigente. Comencé a tomar algunos diplomados y posteriormente una licenciatura en Teología. Me di cuenta que a lo largo de mi educación teológica, me había alejado de lo emocional para volcarme sobre la doctrina como si éstas fueran opuestas. De hecho, en alguna ocasión, se me enseñó que las emociones eran contrarias a la razón, y es la razón la que nos ayuda más a entender las Escrituras, ya que así las emociones no nos engañarían para desviarnos de la doctrina y terminar en alguno de los circos cristianos que son tan populares hoy en día.
Entiendo la preocupación genuina por desviarnos de la doctrina al enfatizar la emoción sobre ésta. Es bastante comprensible tener dicha inquietud. No obstante, no puede alejarnos de algo que forma parte de nuestro imago dei: las emociones. Si hacemos un análisis de la iglesia actual, quizás nos encontremos con tendencias extremistas sobre esta área. Por un lado, creyentes que se vuelcan por completo sobre las emociones y guían sus convicciones sobre éstas, más que por la Palabra de Dios; y por el otro lado, creyentes con mucho conocimiento de la Escritura, pero que se almacena como mera información acumulada, que temen a sus emociones y, por lo tanto, las niegan o las esconden, lo cual, por mucha información que se tenga de la Escritura, provoca creyentes inmaduros emocionalmente y que son incapaces de ser honestos consigo mismos.
Separar las emociones de la razón, no es natural; dejar fuera el aspecto emocional del creyente frente a la doctrina, no es bíblico. Una sección de la Biblia que nos deja eso en claro son los Salmos. Los autores del salterio no fueron escritores que consideraron separar la emoción de la razón, ni ocultar sus emociones frente a su teología; sino que fueron capaces de aperturar sus corazones ante el Señor sin olvidar la identidad del Todopoderoso. No negaron la tristeza del corazón que clama desesperadamente por consuelo, el miedo que el salmista siente al ser perseguido por sus enemigos, ni siquiera negaron el deseo de venganza contra aquellos que les hacían mal, o incluso el profundo dolor que despierta por el redargüimiento del Espíritu al haber pecado contra el Señor, y aún la alegría de ver las promesas de Dios cumplirse o saberse cuidados por el poder de Dios; todas emociones humanas normales que brotan en las circunstancias más adversas o más dichosas entre las vicisitudes de la vida. Pero todos tienen en común que aún cuando desnudan su corazón ante el Señor, se abandonan a Él buscando consuelo, paz, restauración, reconciliación, perdón y justicia. Las emociones no están desconectadas de nuestra razón, ni de la doctrina, sino que nuestra teología sirve de encauce para nuestras emociones. Eso es lo que los Salmos nos enseñan.
Charles Spurgeon en su obra El Tesoro de David es sumamente hábil para captar la sensibilidad del corazón de los salmistas. De David, en el Salmo 51, logra captar el arrepentimiento que carcome el alma de David, y que le lleva a rogar al Señor por perdón, así como una purificación profunda de su corazón, dice “No le basta con borrar el pecado tachándolo de un plumazo. Su persona está manchada, y desea ser purificado por completo. Y como no hay quien pueda hacerlo con eficacia, ruega a Dios que sea él mismo quien le purifique” (C.H. Spurgeon, El Tesoro de David, Salmo 51). Capta la profundidad del arrepentimiento de David y la manera en que ruega al Señor por limpieza. Explica la profundidad de este corazón señalando que “el hipócrita se contenta con que sean limpiados sus vestidos, pero el verdadero penitente clama: Lava todo mi ser, llévame a mí. El alma descuidada se siente satisfecha con una limpieza aparente, nominal; pero la conciencia que ha despertado verdaderamente, desea una limpieza a fondo, real, más profunda y efectiva”. Es así como nuestra teología encauza nuestras emociones. La base de ello es la convicción de nuestra fe en el Señor, y ante eso desnudamos las emociones para así ser perdonados, consolados y restaurados por nuestro Dios.
Nuestra vida emocional no está separada de nuestra vida espiritual, al contrario, nuestro Padre desea que expresemos la carga emocional que hay en nuestro corazón, no que lo ocultemos. Para ello, los Salmos son una excelente guía para encauzar nuestras emociones de la manera correcta.
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