¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Salmo 133
Habitar los hermanos juntos en armonía!
2 Es como el buen óleo sobre la cabeza,
El cual desciende sobre la barba,
La barba de Aarón
Una de las más dulces experiencias al convertirnos es ser acogidos por la familia de la fe, y hallarnos en el seno que comparte nuestra pasión por Cristo. Por esto, poco resulta más amargo que encarar discordias que superan el afecto fraternal y fracturan la unidad de la iglesia, produciendo divisiones irreparables.
Quizás lo más triste, es que estas fracturas no son ocasionales. Según Timothy George, un teólogo bautista de EE. UU., la historia atestigua de 37,000 denominaciones en las que se ha dividido la iglesia. Es decir que durante la era apostólica, el término en singular “la iglesia”, ahora existe despedazada en un universo de fragmentos denominacionales.
Ciertamente, existen razones que justifican la división (cuando por ejemplo se dan herejías o surgen falsos maestros), el mismo Apostol Pablo dijo a los Corintios: “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.” ICor. 11:17. Pero si somos honestos, encontraremos que la mayoría de las divisiones se han causado por personas que tratan sus preferencias como una especie de santos canonizados: intocables.
El problema no debe de ignorarse, pues Jesús insistió en dos prioridades a perseguir con igual tenacidad: la santidad y la unidad. A Jesús no le importa tener ermitaños santos, sino a santos unidos, que son tan “santos”, como lo son “unidos”. De hecho la enseñanza sobre la unidad fue presentada en un paquete que no admite retorno. Jesús dijo: un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros. ¡Un nuevo mandamiento!, eso tiene peso, pues el equivalente es decir: “un apéndice agrego a los diez mandamientos, que os améis unos a otros.” Y, ¿cómo podemos imaginar que 37,000 denominaciones sean la prueba tangible de esto ante el mundo?
Por esto, urge que en la iglesia los ministros además de ser evangelistas y pastores que apacienten a las ovejas, sean conciliadores con una pasión por resguardar la unidad y resanar las grietas de su propia congregación antes de que comience a despedazarse.
Si tu eres pastor, o estás encargado de un grupo, sabrás que las divisiones no son cuestión de posibilidad, sólo de tiempo. Tarde o temprano tendrás que desenredar los nudos que se dan entre los hermanos y mejor será que estés preparado porque son “nudos ciegos”.
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