Una de las lecciones más importantes que la pandemia del Covid-19 nos ha brindado es la de
ver cuántas cosas triviales son tratadas como indispensables, y cómo otras verdaderamente
indispensables son menospreciadas y desvaloradas. Escuché a alguien hacer referencia a la gran
bendición de contar con personal médico capacitado que nos ayudara a hacer frente a los
desafíos de una enfermedad tan enigmática, en contraste con lo que ocurriría en una
generación desprovista de esa preparación académica y profesional. El aumento continuo del
promedio de vida es un buen indicador de cuánto ha avanzado el hombre con respecto al
cuidado de nuestros cuerpos. Sin embargo, ¿podemos decir lo mismo del cuidado de nuestras
almas?
Desde que Mateo registró el dolor en el corazón de Jesús al ver a las multitudes como ovejas sin
pastor (Mt 9:36), nada ha cambiado en cuanto a la gran necesidad que todos tenemos de ser
pastoreados. La Biblia no sólo dice que éramos ovejas errantes que fueron rescatadas y
reunidas en el redil del Señor, también nos representa como actualmente necesitados de ser
conducidos, guiados y pastoreados. Somos tan débiles y dependientes como las ovejas. El Buen
Pastor dio su vida por sus ovejas (Jn 10:11), pero su labor continúa; y una de las formas en que
lo hace es a través de pastores así asignados y llamados por Él (1 Ped 5:1-4). El cuidado pastoral
no es un lujo sino una gran necesidad. Dios sabe que necesitamos ayuda en el cuidado de
nosotros mismos, hombres piadosos que velen por nuestras almas (Heb 13:17).
Estas son convicciones que nos urge recuperar, pues el individualismo y la sed de
independencia son como ácidos que corroen la piedad. «Ay del solo» debería ser un lema más
resonado en nuestros días. Con razón una de las cosas que los reformadores recuperaron fue el
cuidado pastoral de las ovejas de Cristo. Los puritanos, siguiendo la misma línea, fueron
identificados como “doctores del alma” por su énfasis en esta área. No desechemos ese legado
con el que contamos. Sin embargo, damos gracias a Dios por los buenos aportes actuales con
los que contamos.
Uno de ellos nos llega con el libro EL CUIDADO DE LAS ALMAS: CULTIVANDO
EL CORAZÓN DE UN PASTOR, por Harold Senkbeil. De tradición luterana y con medio siglo de
labor pastoral, Senkbeil ha producido un material que sin duda bendecirá la vida y ministerio de
todo pastor de Jesucristo, y que ayudará a todo aspirante a equiparse mejor para tan estimable
llamado. Como él mismo dice: “Este oficio es más grande que cualquiera de nosotros” (p. xviii).
Regresando a la figura de la medicina con la que inicié, esta es precisamente una de las
maneras en que Senkbeil describe la labor pastoral y el cuido de las almas. No se trata de una
tarea meramente profesional, es un hábito, un carácter forjado en el interior, algo que los
seminarios no pueden producir. El Espíritu Santo, dice él, nos convierte en instrumentos que
aman y cuidan a las ovejas de Cristo. Nos capacita para realizar diagnósticos responsables del
verdadero estado de las personas, y nos asiste en la provisión de los tratamientos adecuados de
la Palabra para cada situación.
EL CUIDADO DE LAS ALMAS te será de gran utilidad. Para muestras, un botón:
Lo mejor que nosotros los pastores podemos dar a las ovejas de Cristo no brota de nuestro
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interior, sino de Él.
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Si hay algo que podemos aprender de las Escrituras y de la antigua herencia sobre el cuidado
de las almas, es esto: los pastores impacientes son sus propios peores enemigos.
Aquel que quiera proveer de verdadera ayuda en el redil de las ovejas de Cristo será mejor que
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mantenga un ojo en las ovejas y el otro fijo en el Buen Pastor.
Los mejores pastores son aquellos que reconocen cuán poco realmente saben y cuánto tienen
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que dominar con respecto al arte del cuidado de las almas.
Cuidémonos del deseo de reinventar el ministerio que el Príncipe de los pastores nos ha
asignado. Las almas del siglo XXI siguen necesitando de instrumentos frágiles que fielmente
desempeñen la labor de cuidar y curar las almas de quienes han sido puestos bajo su cuidado.
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