
En estos tiempos de dificultad y crisis, una de las grandes luchas que pueden aparecer en nuestras vidas, es obtener una postura firme respecto a lo que sentimos y vemos.
Existen ya miles de noticias y artículos (con diferentes tonos de comunicación) que circulan en nuestra página de inicio de redes sociales, manteniendo así saturada nuestra mente y teniendo divida así nuestra atención en cuanto al porvenir.
¿Qué debemos hacer frente a esta situación? ¿Cuál debería ser nuestro estandarte de cara a la angustia global?
A partir de hoy, el equipo Logos en español estará desarrollando contenido para tratar este tema tan importante que está impactando la Iglesia. Nuestro más profundo sentir y oración, es que en estos tiempos de aflicción (Juan 16:33) podamos edificarnos los unos a los otros y abrazar la idea de pensar y vivir con las Escrituras como nuestro máximo estandarte.
“De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza”, Job 42:5-6
¿Recuerdas el libro de Job?

Existen varias joyas de esperanza y consuelo que nos impactan profundamente en este particular libro, pues en el corazón del mensaje de Job está la sabiduría de la respuesta a esta pregunta: ¿Cómo está Dios involucrado en el problema del sufrimiento humano?
En el libro de Job, el personaje es descrito como un hombre justo, de hecho el hombre más justo que se puede encontrar en la tierra, pero a quien Satanás afirma que él es justo únicamente por recibir bendiciones de la mano de Dios. Dios ha puesto un cerco alrededor de él y lo ha bendecido más que al resto de los mortales, y como resultado el Diablo acusa a Job de servir a Dios solo por la generosa retribución que recibe de su Hacedor. El reto viene del malvado, de que Dios quite el cerco de protección y compruebe si Job empezará entonces a maldecirle. A medida que la historia se desarrolla, el sufrimiento de Job va en una rápida progresión de mal a peor. Su sufrimiento es tan intenso que se encuentra a sí mismo sentado en un montón de estiércol, maldiciendo el día que nació, y gritando a los cuatro vientos su dolor incesante. Su sufrimiento es tan grande que incluso su esposa le aconseja que maldiga a Dios, para que se pueda morir y ser aliviado de su agonía. Lo que se desarrolla más adelante en la historia es el consejo dado a Job por los amigos de Job, Elifaz, Bildad y Zofar. Su testimonio muestra cuán hueca y superficial es su lealtad por Job, y lo presuntuosos que son al asumir que la innombrable miseria de Job se debe a una degeneración radical en carácter de Job. El consejo a Job alcanza un nivel más alto con algunas consideraciones profundas de Eliú. Eliú da varios discursos que tienen muchos elementos de sabiduría bíblica. Pero la sabiduría final que se encuentra en este gran libro no viene de los amigos de Job ni de Eliú, sino de Dios mismo. Cuando Job demanda una respuesta de Dios, Dios le responde con esta reprensión, “¿Quién es éste que oscurece los consejos con palabras sin conocimiento? Vístete para la acción como un hombre; Yo te preguntaré, y tú me harás saber” (Job 38:1–3). Lo que sigue a esta reprensión es la interrogación más intensa al que un hombre ha sido llevado por el Creador. A primera vista casi parece que Dios está provocando a Job, tanto que Él dice, “¿Dónde estabas tú cuando yo echaba los cimientos de la tierra?” (v. 4). Dios levanta pregunta tras pregunta de esta manera: “¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades, O desatarás las ligaduras de Orión ¿Sacarás tú a su tiempo las constelaciones de los cielos, O guiarás a la Osa Mayor con sus hijos?” (v. 31–32). Obviamente, la respuesta a estas preguntas retóricas que vienen con la rapidez de una ametralladora es siempre, “No, no, no”. Dios machaca en la inferioridad y subordinación de Job con Su interrogatorio. Dios continúa con pregunta tras pregunta acerca de la habilidad de hacer cosas que Job no puede hacer pero que Dios claramente sí.
En el capítulo 40, Dios finalmente le dice a Job, “¿Debería un criticón luchar contra el Todopoderoso? El que reprende a Dios, responda a esto” (v. 2). Ahora, la respuesta de Job no es de demanda desafiante de respuestas a su miseria. Más bien dice, “He aquí, yo soy insignificante; ¿qué puedo yo responderte? Mi mano pongo sobre la boca. Una vez he hablado, y no responderé; aun dos veces, y no añadiré más” (v. 4–5). Y una vez más Dios prosigue y va aún más allá en el fuego rápido de la interrogación, que muestra el contraste abrumador entre el poder de Dios, quien es conocido en Job como El Shaddai, y contrastante la impotencia de Job. Finalmente, Job confiesa que esas cosas eran demasiado maravillosas. Él dice, “He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:5–6).
Lo que se debe notar en este drama es que Dios nunca responde directamente a las preguntas de Job. No dice, “Job, la razón por la que has sufrido es esta o aquella”. Más bien, lo que Dios hace en el misterio de la iniquidad de un sufrimiento tan profundo, es que Él responde a Job con Sí mismo. Esta es la sabiduría que responde a la pregunta del sufrimiento — no la respuesta de por qué tengo que sufrir de un modo particular, en un momento particular, y en una circunstancia particular, sino dónde descansa mi esperanza en medio del sufrimiento.
La respuesta a esto proviene claramente de la sabiduría del libro de Job, que concuerda con las demás premisas de la literatura de sabiduría: el temor del Señor, el asombro y la reverencia ante Dios, es el principio de la sabiduría. Y cuando estamos perplejos y confundidos por cosas de este mundo que no podemos entender (como el COVID-19), no buscamos respuestas específicas a preguntas específicas, sino que buscamos conocer a Dios en Su santidad, en Su rectitud, en Su justicia, y en Su misericordia. He aquí la sabiduría que se encuentra en el libro de Job.
Son versículos tan profundos, tan personales, tan… cerca de la crisis que vivimos hoy, porque deben apuntar a esa misma experiencia nuestra, de tener vidas caracterizadas por voltear a mirar a Dios como una evidencia de la obra del evangelio en nosotros.
Además si algo es claro, es que Job es pecador, algo que él mismo tiene que reconocer. Pero Dios en Su infinita justicia, y a la vez gracia y misericordia, ha provisto para la condición de Job. En su momento y aún en su ignorancia y visión limitada, Job habló diciendo, “Yo sé que mi Redentor vive” (19:25) apuntando a la futura obra de Cristo (nuestra actual esperanza).
Dios restaura y aún bendice mucho más a Job multiplicando lo que anteriormente tenía y mostrando, en una lección objetiva, lo abundante y extravagante de Su amor y Su gracia en favor de los Suyos (nosotros).
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