¿Alguna vez se ha asomado esa pregunta cuando piensa en Jesús o simplemente asume que lo conoce? Considero que es de gran importancia hacerla cuando hemos llegado a tener un encuentro íntimo con Jesús.
Imagina por un momento que estás atrapado en un edificio que se consume poco a poco entre las llamas de un fuego intenso. Te encuentras en una habitación de la que no puedes salir; observas cada pared consumirse por el fuego, y por tu mente se intenta trazar un plan de escape, pero las posibilidades son casi nulas.
El tiempo se acaba. El fuego avanza. Parece que el resultado es inminente, el oxígeno se acaba, el fin parece estar cerca. La fuerza comienza a desvanecerse, quizás caer en un sueño involuntario no sea tan mala idea después de todo. Tu cuerpo, sin fuerzas, ahora se extiende sobre el suelo.
De pronto, un estruendoso ruido irrumpe, Alguien ha roto la puerta de un golpe, y entró a la habitación con pasos apresurados. A ese punto tan solo es una sombra que se aproxima desesperadamente. Aun así, esa sombra, por alguna razón, a pesar de que has abrazado la rendición con tristeza, trae un pequeño destello de esperanza, quizás no es el final, quizás hay esperanza para ti. Pero las fuerzas no alcanzan, por lo que decides confiar en la sombra que está intentando levantarte del suelo, tan solo alcanzas a ser consciente de la gratitud en tu corazón, y te rindes ante la desesperada petición de tu cuerpo de caer en la inconsciencia.
Tienes la sensación, de pronto, de estar resurgiendo de una nube oscura hacia la realidad, la vida. Abres los ojos, y puedes ver frente a ti, una sonrisa rebosante de alegría al verte despertar que se dibuja en un rostro cansado y repleto de tizne, sucio y húmedo. Es una persona desconocida, no sabes ni siquiera su nombre, y él tampoco sabe el tuyo.
Entonces, ¿por qué hace esto? ¿Por qué poner en riesgo su vida para que yo conserve la mía? Las preguntas que, al menos yo me haría, son ¿cuál es la motivación de esa persona para entregar su vida de esa manera? ¿Quién es? ¿Qué le hizo decidir entregarse de esa manera?
Son las mismas preguntas que como creyentes nos formulamos cuando resurgimos de esa misma nube oscura, en la cual nos encontrábamos sumergidos en el sufrimiento de las consecuencias naturales del pecado que se presentan en nuestras vidas como un incendio devastador que nos acorrala y cierra toda posibilidad de escape, atrapados en la bruma de nuestra mente, vicios esclavizantes, hábitos inmorales, e ideas destructivas que nos consumen, hasta que nos damos cuenta de que alguien entregó su vida para sacarnos de la densa oscuridad, brindando esperanza y una segunda oportunidad.
Alguien derribó la puerta de la habitación en llamas, donde yacíamos casi sin vida y sin esperanza. Cuando abrimos los ojos en esa nueva vida, miramos el rostro de Jesús con una sonrisa que se va dibujando mientras nuestros ojos se van abriendo, irradiando una alegría indescriptible y a veces incomprensible por la dureza de mi corazón. Al mirar esos ojos llenos de paz, que me conmueven con la calidez abrazadora del amor de Dios, surge la pregunta “¿quién eres?”.
¿Alguna vez se ha asomado esa pregunta cuando piensa en Jesús o simplemente asume que lo conoce? Considero que es de gran importancia hacerla cuando hemos llegado a tener un encuentro íntimo con Jesús. No se trata de cuestionar Su deidad, sino de conocer a Aquel que no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, semejante a los hombres, se humilló y fue profundamente obediente hasta la muerte de cruz (Fil 2:7-8). ¿Cómo es que, siendo igual a Dios, decidió despojarse hasta la posición de siervo? ¿Alguien es capaz de renunciar a tal grandeza? ¿Por qué renunció a ello para derribar la puerta y salvarme? Y si es posible, ¿cuál sería la motivación para ello? Para el entendimiento humano, raya en la irracionalidad, la única manera en que podría pasarse por alto es que haya una razón extraordinariamente noble. Si salvar a la humanidad no es suficientemente noble, una obra llena de virtud, entonces no entendemos la profundidad de la oscuridad que tiene atrapada a la humanidad, ni la magnitud del efecto que la cruz tiene sobre nuestra vida espiritual, sobre la misma humanidad, como el gran plan de Dios para redimirnos y rescatarnos, no solo del infierno, sino de nosotros mismos.
Conocer personalmente a Jesús, mediante la Escritura, la multitud de testigos que lo conocieron de primera mano, que son capaces de narrarnos historias conmovedoras e interesante donde vemos el corazón de Jesús, la sabiduría que le caracteriza, y lo que Dios decidió revelarnos en Su Palabra sobre Su Hijo, es esencialmente importante para entender quién es el hombre al que los cristianos llaman “Hijo de Dios”.
Aquel que ha sido adorado como Salvador en los últimos siglos y que ha inspirado uno de los movimientos más grandes que ha existido en la historia de la humanidad. Ese hombre que despertó la ira de los dirigentes judíos al punto de ser crucificado en una cruz romana, y que puso a temblar al imperio romano por la gran multitud de personas que claman su nombre como Señor y Salvador, aun al día de hoy. Y lo más importante, que el derramamiento de Su sangre en una cruz, fue el evento que marcó la historia de la humanidad en un antes y después, recordado como el momento en que la humanidad recibió una segunda oportunidad por parte del Creador, para restaurar la relación quebrantada con Dios y estrechar los lazos entre Dios y Su creación.
Muchos consideran que Jesús es un gran profeta, un buen maestro de moral, un ejemplo de liderazgo, pero poco se han inmiscuido en Su vida como para decir que en verdad le conocen; y es que, estos mismos creen que Jesús es un misterio, un hombre con tanta virtud que solo se considera como un excelente arquetipo, pero no alguien con quien se puede tener una relación, a fin de cuentas, hace tiempo que está muerto. Sin embargo, la identidad de nuestro Señor y Salvador no es un misterio oculto, es una verdad revelada por Dios mismo con el propósito de que podamos establecer una relación con Jesús. Podemos conocerlo, no como al apreciar un documental biográfico, sino como una persona que sigue viva y con la que podemos tener una relación personal, profunda e íntima.
Tiene mucho valor buscar conocer a Jesús, no solo bajo el rigor cristológico de la teología sistemática, sino como la persona que convulsionó la historia de la humanidad para traer redención y salvación, como Aquel que ha cambiado nuestras vidas profundamente y quien, aun al día de hoy, es la persona más importante con la cual hemos establecido una relación significativa, de manera que Él es el Señor en cada aspecto de nuestra vida.
Michael Bird, en el curso NT255 La identidad de Jesús, capta muy bien este sentido en cuanto a Jesús mismo; un acercamiento donde conocemos a la persona más allá de las formulaciones teológicas históricas y de gran peso. Considera, incluso, el pensamiento de Jesús sobre Sí mismo, y Su identidad profética como el Mesías prometido. El Rey de Reyes, Señor de Señor, ante quien toda rodilla se dobla, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
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