En el siglo XVI ocurrió uno de los más grandes avivamientos en la historia de la iglesia cristiana. Comenzó con un monje agustino, de nombre Martín Lutero, clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, Alemania. Lutero, un joven teólogo de poco más de 30 años, nunca imaginó que esos 95 artículos breves cambiarían el mundo occidental para siempre al detonar lo que ahora se conoce como la Reforma protestante.
Providencialmente, un año antes, el monje humanista Erasmo de Rotterdam había publicado su Nuevo Testamento en griego, cuya segunda revisión se convertiría en la base para el Nuevo Testamento en alemán que tradujo Lutero en 1522. Pronto, el resto de los reformadores, ya de diversas partes del mundo de occidente, continuaron con dicha reforma al publicar la Biblia en el idioma del pueblo, sea inglés, alemán, francés, castellano, etc. Uno de los distintivos de estas traducciones era que no venían del latín principalmente (aunque usaron el latín para cotejar sus versiones), sino de las lenguas originales de la Biblia: hebreo, arameo, y griego. Un gran ejemplo de ello son los reformadores españoles Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, cuyo arduo trabajo de traducción, del primero, y revisión, del segundo, dio a luz lo que ahora llamamos la Biblia versión Reina-Valera, la cual fue la primera Biblia impresa en español traducida desde el hebreo (el texto masorético de Bomberg) y el griego (el textus receptus de Estéfano).
Esto se debía a una convicción de los protestantes la cual se resume en una frase: ad fontés. Esta frase en latín se podría traducir como: “de regreso a las fuentes”. Interesantemente, este par de palabras aparece en la traducción de la Vulgata del salmo 42:1 y, posiblemente, fue tomada de allí por los humanistas del renacimiento, aunque ellos para referirse a la importancia de regresar al estudio de la antigüedad clásica. Es decir, los humanistas afirmaban que era necesario ir a las fuentes antiguas para recobrar el conocimiento que se había perdido durante cientos de años.
Los reformadores, entonces, tomaron esa frase y le dieron un matiz diferente. Para ellos, ad fontés significaba regresar a la fuente —a la Escritura— en sus manuscritos en hebreo, arameo, y griego. Es por eso que, al estudiar la historia de la Reforma y del puritanismo, encontraremos que muchos de estos hombres usados por Dios se tomaron el tiempo de aprender las lenguas originales para hacer traducciones fieles, y para predicar con precisión la palabra de Dios.
Escuché hace poco de un pastor que la iglesia evangélica de hoy desesperadamente necesita una nueva reforma. Estoy de acuerdo con ello. Trágicamente, ese fervor de los reformadores por poner la Biblia en el centro parece que se ha perdido en incontables iglesias cristianas en todo el continente americano. La Biblia ha sido reemplazada por charlas motivacionales, espectáculos de luces, y todo tipo de entretenimiento banal. En lugar de ir a la reunión a escuchar la palabra de Dios fielmente predicada y las ordenanzas administradas, muchos se reúnen para recibir un golpe emocional por medio de música estridente y pláticas graciosas que, al final, no tienen el poder transformador que viene por medio del Espíritu Santo usando la palabra de Dios para moldear a las personas.
Necesitamos de nuevo ir ad fontés. Sin embargo, regresar a la fuente, a la Biblia, representa un reto para muchos creyentes. No todos tienen la capacidad de leer la Biblia en sus idiomas originales. Pero quizás haya alguien que esté leyendo esto y que, convencido de su importancia y guiado por el Espíritu Santo, decida invertir de su tiempo y esfuerzo para aprender griego o hebreo. Escuché en una ocasión decir al pastor John Piper que, si le dedicas de tres a cinco años de tu vida a aprender griego o hebreo, será una de las mejores inversiones de tu vida, y podrás traducir por ti mismo la Palabra. Cinco años puede parecer mucho tiempo, pero en realidad es tiempo bien invertido.
Habrá otros, sin embargo, que no podrán aprender las lenguas originales al nivel necesario para traducir el texto bíblico. Esto puede deberse a diversos factores que no tengan nada que ver con indiferencia. Entiendo completamente al pastor ocupado con la iglesia y la familia que sinceramente no tenga disponible el tiempo necesario para una encomienda de esta envergadura. Si ese es tu caso, quisiera animarte también. Vivimos en tiempos sin precedentes con respecto a la facilidad de tener acceso a información. Puedes ver cursos introductorios a los idiomas originales por medio de la Internet, incluso sin tener que pagar un centavo. Además, tenemos ahora disponible software bíblico poderoso, como Logos, que pone en la punta de nuestros dedos las Biblias interlineales, diccionarios bíblicos, léxicos, comentarios, y todo tipo de ayuda.
Sea cual sea el caso, si tienes el deseo de ir a la fuente, si al igual que los reformadores quieres apropiarte de ese antiguo grito de batalla, ad fontés, permíteme darte tres sencillos consejos. Por supuesto, estos consejos no son exhaustivos, pero estoy seguro que ayudarán, como me han ayudado a mí. Primeramente, recuerda que la interpretación bíblica requiere tiempo. Con las agendas apretadas que manejamos, algunos tendremos que hacer ajustes en nuestros horarios y separar el tiempo necesario para estudiar la Biblia. Si eres pastor, recuerda que, como dijo Martin Lloyd-Jones, predicar es la responsabilidad más grande del pastor. De ninguna manera minimizamos la importancia de la consejería, la visitación, el discipulado. Pero predicar es un medio de gracia especial porque Dios ha decidido salvar a los creyentes por medio de la predicación (1 Cor. 1:21). Es en el sermón dominical cuando la iglesia está reunida en adoración, y el predicador tiene la inusual oportunidad de dirigirse a la gran mayoría de los hermanos, y por medio de la palabra exhortar, redargüir, corregir, e instruir en justicia (2 Tim. 3:16). Así que no pensemos que el sermón es aquello que podemos hacer en 30 minutos un sábado en la noche. Dediquemos el tiempo necesario.
Segundo, esfuérzate por entender el texto bíblico. En otras palabras, ese tiempo que le estás dedicando a la interpretación, úsalo con efectividad. Yo, personalmente, soy muy consciente de esto, puesto que soy un pastor bivocacional. Así que el tiempo de interpretación es un tiempo de concentración. Estoy convencido de que la predicación que honra a Dios es aquella que expone el punto del texto. Y para hacerlo, debemos entenderlo. Hay que leer cuidadosamente palabra por palabra, oración por oración, buscando seguir el pensamiento del autor bíblico, de manera que con la ayuda del Espíritu Santo podamos llegar al mensaje que Dios tiene para su pueblo. Quisiera exhortarte a que busques entrenarte en esto. Puede que seas un excelente autodidacta, pero si eres como yo, necesitarás buenos maestros. De nuevo, el día de hoy hay muchos recursos a tu disposición. Aprovéchalos.
Tercero, predica con urgencia. No tienes tiempo qué perder. Las almas de las personas están en juego. El reloj de arena se está acabando. La vida pasa, y pasa demasiado rápido. “[…] Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14, RVR60). Aquella frase del puritano Richard Baxter me ha sido de tremenda exhortación: “Prediqué como si jamás fuera a predicar de nuevo, y como un hombre moribundo a hombres moribundos”. Si predicas a jóvenes, recuerda que tu propósito no es entretenerlos, sino darles un sentido de la presencia de Dios (como dijo Lloyd-Jones). Si predicas a adultos, o a una audiencia mixta, recuerda que no eres un comediante, sino un predicador. No eres un “coach de vida”, eres un pregonador de la verdad. Tienes un mensaje que dar, y es uno de vida o muerte. ¿Te imaginas a un doctor que, cuando viene a decirte que te queda poco tiempo de vida, lo haga contándote un chiste? No. Predica como si fuera tu último sermón, porque bien pudiera serlo.
Es verdad que la Reforma protestante sucedió hace 500 años. Pero la necesidad de reforma continúa vigente. La iglesia que se reforma debe continuar reformándose por medio de la palabra de Dios. Ese era el deseo de aquellos predicadores y mártires del siglo XVI y XVII. Dios quiera levantar el día de hoy un ejército de reformadores. En aquel tiempo, la reforma comenzó por el púlpito. Que sea igual el día de hoy.
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