
Se le ha adjudicado a San Ambrosio la famosísima frase que reza “toda verdad, sea quien fuese el que la predique, viene de Dios”. Éste había sido el espíritu cristiano por varios siglos de reflexión filosófica y teológica, hasta hace bien poco en la historia. En otras palabras, para los cristianos de antaño era menester pensar profusamente sobre las grandes verdades de la fe y sus implicaciones, a la luz del pensamiento filosófico de su tiempo (ya sea para abrazar algunos elementos de verdad o para refutarlo), puesto que éste era el que estaba en boga en la cultura. Sin embargo, parece que la filosofía y los filósofos hoy por hoy, particularmente en el cristianismo evangélico, sufren de una pésima e infame reputación. Como dice Alfonso Ropero, “se ha construido una larga cadena de recelos y desconfianza, tanto más difícil de romper cuanto más irracional. Para muchos el filósofo compendia en su persona la soberbia y la impiedad, la increencia y el ateísmo”. Ésta es una de las razones por las cuales Ropero ha tomado la magna y tortuosa faena de desentrañar el pensamiento filosófico en su devenir histórico, de esta forma, ofreciendo una sublime introducción al pensamiento filosófico y su relación con el cristianismo en esta colección de Filosofía y cristianismo.
La Iglesia tiene la tarea de educar a la cultura y no al revés. No obstante, resulta difícil imaginar cómo es que la Iglesia puede preservar su relevancia para con la humanidad y su carácter de universalidad si no conoce la historia de la humanidad y su pensamiento. Más aún, si ésta no sale de sus disputas dentro de la misma iglesia, es difícil pensar que esta misma Iglesia pueda impactar la cultura contemporánea como lo hicieron los primeros pensadores cristianos. Por eso Ropero señala muy atinadamente que “desgraciadamente, el mundo evangélico en su generalidad, ha perdido la conciencia y el sentido de su significación universal, enredado en polémicas intraeclesiales que no sirven para nada, excepto para agriar el carácter, apagar la luz y hacer insípida su sal…La urgencia de esta hora para el pensamiento evangélico es volver a la significación universal primigenia que no se agota en la universalidad étnica, racial o política, entendida estrechamente como individuos susceptibles de ser convertidos, sino significación universal que se supone toma conciencia del plan eterno de Dios revelando en Cristo, que incluye la filosofía y las ciencias humanas, la cultura y el sentimiento religioso. La sabiduría de Dios que da vida sin provocar muerte, que ilumina sin ensombrecer, que carga sobre sí la maldición de la ley para integrar todo en una ley superior: la del amor.”
De esta manera, lo invito a que se adentre a esta aventura de estudiar cuidadosamente la filosofía y su relación con el cristianismo en esta magnífica obra, la cual yo consideraría una aportación sin precedentes para los lectores de habla hispana, particularmente en el campo evangélico. La lectura de esta obra no es sencilla ni es para simplemente “pasar el rato”. Dice Ropero que “en la puerta de la sabiduría hay un letrero que dice: Prohibida la entrada a los vago y perezosos, aunque ‘en su opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar’ (Pr. 26:16)”. Empero, la recompensa de leer esta obra definitivamente es enorme y tiene muchísimos frutos. Mi oración es que esta obra pueda ser utilizada para extender el reino de Dios y la gloria de Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

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