por Jonathan Sánchez
La aventura teológica desde la trinchera académica otorga oportunidades valiosas, como estar en la misma mesa, compartiendo una taza de café, con mentes brillantes cuyas convicciones no son las mismas que las mías y en las que diferimos significativamente. Muchos evitan estar en esa situación, sin embargo, esa es la experiencia de la cual uno aprende más. Entre esas interesantes conversaciones, hay un tema pivote que siempre surge inevitablemente y que resalta nuestras diferencias mucho más que cualquier otro tema, y es la tradición histórica de nuestros trasfondos religiosos y denominacionales.
En dichas pláticas de café, es interesante notar cómo la historia de la iglesia se despliega en diferentes vertientes que, al fin y al cabo, moldearon a la iglesia contemporánea. Podemos ver el reflejo de la influencia teológica y hermenéutica de los precursores de aquellos movimientos que comenzaron con una intención piadosa, pero que a la larga se fueron polarizando con el resto de confesiones hasta convertirse en un sistema emulado y replicado de generación en generación, independientemente de si está o no en lo correcto. Lo interesante es que toda esa tradición histórica tiene sus bases en la exégesis de uno o varios teólogos, si bien respetables, no siempre hábiles en el arte de la interpretación; lo cual ha provocado que ciertos sistemas existentes dentro de la Iglesia universal, tengan una base endeble de errores hermenéuticos y exegéticos.
Cuando llegamos a ese punto de la conversación, no siempre es fácil debatir aquello que podría considerarse como un error hermenéutico. Es estimulante y enriquecedor observar la manera en que otros sistemas teológicos argumentan a favor de su interpretación, a lo cual, inevitablemente, terminan apelando a la interpretación histórica que fundamenta dicho sistema. No es fácil independizarse de ello, no obstante, hay mucho valor en tomarlo en cuenta para nuestra reflexión teológica, aunque no debería ser nuestra única aproximación a la Escritura y tampoco debería ser aceptado sin un sano cuestionamiento de sus bases.
Por ello, es importante conocer, no sólo la historia de la interpretación bíblica de mi propio contexto, sino lo que se ha desarrollado en la cristiandad para poder comprender la manera en que nuestras convicciones se construyeron, y entender el razonamiento profundo de lo que se nos ha enseñado; así podemos fortalecer nuestras convicciones o corregir nuestros errores. Gerald L. Bray, en el curso IB352 Historia de la interpretación bíblica II, a partir del método crítico, nos lleva a un viaje histórico que comprende el periodo entre el s. XVII hasta nuestros días, para indagar en las contribuciones hermenéuticas de los teólogos contemporáneos y la forma en que han impactado a la interpretación bíblica e incluso nuestra comprensión de las Sagradas Escrituras, así como nuestra búsqueda del Jesús histórico. Examina hábilmente la validez de ciertas controversias históricas que han llevado a la iglesia tanto a refinar sus doctrinas como a identificar aquellos pensamientos formulados a partir del error.
Un viaje histórico extenso pero necesario, que nos permite observar tanto los errores como los aciertos de las personalidades que han influenciado la interpretación bíblica de nuestros tiempos. Esto es importante, ya que aquellos que deciden ignorar la historia, están condenados a repetirla.
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