La humildad es uno de los fenómenos peor entendidos de nuestros tiempos. Algunos entienden la humildad como aquella característica de la personalidad que obliga a uno a verse a sí mismo como si se fuese inferior al resto del mundo. Otros ven a la humildad como la característica fundamental de la vida buena. Sin embargo, es necesario comprender a la humildad en el contexto de las Escrituras, para poder obtener intuiciones más notables de su significado pleno. Y, en este mismo contexto, me gustaría aventurarme a sugerir una definición que tiene como supuesto un entendimiento clásico de la humildad y su relación con la justicia. Por ende, no me parece poco sensato afirmar que la humildad es, en efecto, el mirar al yo con justicia. En este sentido, se tiene que analizar a qué nos referimos con justicia cuando utilizamos este concepto como un componente fundamental para comprender la humildad en todo su esplendor.
La justicia ha sido tradicionalmente entendida como aquella propiedad o característica moral en una persona que le obliga a otorgar a cada quién aquello que le corresponde. Si bien esta definición resulta por demás sencilla de comprender, cuando se trata de analizar lo que verdaderamente significa “aquello que le corresponde” a alguien, nos encontramos en algunos aprietos. ¿Cómo se puede determinar a quién le corresponde qué? ¿Quién lo determina? Precisamente este es el momento en el que la revelación de Dios nos otorga información imprescindible que, de otra manera, hubiese sido imposible para nosotros obtener.
La Biblia nos dice que Dios merece todo honor y gloria, pues él es el que nos hacer existir (Rom. 16:27; 1 Cor. 8:6; Gál.1:5; Ef. 3:21; Jud. 25) y ser (Hchs. 17:28). De igual forma, la Biblia nos dice cuál es nuestro lugar en la creación. Nosotros somos criaturas; no somos el Creador. Y, precisamente, la razón de la Caída del ser humano es que quiso ser algo que no le correspondía, algo que no era. El ser humano quiso ser como Dios (Gen. 3:5-6), lo cual no era justo, es decir, no era lo que le correspondía.
En consecuencia, si entendemos lo que la Biblia afirma del ser humano, podremos entender la paradoja del hombre, y en ella encontrar la clave para nuestra humildad. Por un lado podemos afirmar junto con David lo maravilloso del ser humano:
¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.
Y, por otro lado, se puede afirmar que el ser humano es polvo (Ecles. 3:20-21). La humildad se encuentra las palabras de Pablo. En Romanos 12:3 él dice lo siguiente:
Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
¡Que el Señor nos permita vernos tal y como somos, a la luz del glorioso y perfecto sacrificio de Cristo en la cruz y sus implicaciones para la salvación del pecador!
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