Nadie puede asegurar que siempre ha controlado su temperamento. Algunos son de idiosincrasia templada, otros son detonadores ambulantes que estallan con la más mínima fricción…
Y el problema es, que nuestros estallidos no son como una bomba de prueba que detona en lugares remotos y que solo impacta el aire, sino que ¡siempre resultan víctimas arrolladas! (los seres más queridos, frecuentemente). Además, cuando estallamos se incineran muchas oportunidades de avance en nuestro trabajo. Nuestros superiores piensan dos veces antes de confiarnos mayor responsabilidad. Nuestros empleados, comienzan a guardar distancia…
Moisés, tenía este problema: Cuando de joven, la ira lo movió a matar un egipcio. El acto, en vez de ser tomado como acto de liberación, fue visto como un arrebato de ira y por ende fue tachado de homicida por uno de su propios hermanos hebreos. Su ira “victimizaba” a los demás.
Su enojo reaparece años después cuando el pueblo se quejaba de falta de agua y en lugar de hablar a la peña, como Dios le había indicado, la golpea dos veces. El acto le costó su entrada a la tierra prometida.
Sin embargo existe un remedio. El Espíritu de Dios es capaz de controlar nuestra ira si estamos dispuestos. Moises dejo que Dios trabajara en aplacar su ira al grado que cuando sufrió una irritante provocación de parte de sus propios familiares (a quienes pudo aplastar con su autoridad) alcanzó a controlarse y quedó caracterizado por Dios como un varón manso, más manso que todos los hombres que habían sobre la tierra. (Num. 12:3).
Proponte el día de hoy a entregar tu enojo a Dios. Ora porque su espíritu le ponga riendas. Reflexiona acerca de qué tipo de personas y que situaciones te sacan de quicio y prepárate para reaccionar con mansedumbre. Como Moisés, cosecharás mayor amor y privilegios por parte de aquellos que te rodean.
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¡Lo hemos descontado dramáticamente para ti!

Cómo mantener la calma… cuando la ira estalla
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